Cocinar para uno es un acto de amor hacia sí mismo. Cuánto te quieres tú?
“Para mí sol@ me da pereza ponerme a cocinar”… ¿a que te suena?
Comer en compañía puede ser desde una experiencia agradable a un suplicio, dependiendo de quién se trate, el grado de complicidad, compromiso, afinidad en gustos y maneras. Más de una vez habrás deseado que la tierra se trague al resto de comensales para disfrutar de tu comida tranquilamente, sin discutir las condiciones de un contrato, contarle a un amigo tus penas entre cucharadas de lágrimas y suspiros, o responder a los mensajes del móvil sin mirar apenas cuántas patatas fritas engulles del tirón. Así es imposible que la comida siente bien.
Pues lo mismo ocurre cuando se prepara la comida, la predisposición que se tiene al entrar en la cocina con el estómago vacío condiciona no sólo el resultado en el plato, sino también el tipo de energía que se tiene dos horas después.
Cuando se da el caso de cocinar para más personas, además de para sí mismo, influye la sensación de verse en situación de hacerlo por obligación, o de tener que cocinar menús al gusto de los demás. También puede darse el caso de hacerlo con gusto por una buena causa o celebración. Hay personas que disfrutan cocinando, y otras a las que les entra urticaria sólo pasar por delante de la cocina. Cualquier circunstancia va a generar sensaciones que se transmiten inevitablemente a la comida, y si no, comprueba cómo pasáis la tarde tus comensales y tú mism@, después de haber hecho “cualquier cosa” para llenar el estómago, o bien después de haber elaborado con cierto mimo el menú.
Y ya ni te cuento cuando nos quedamos solos en casa… ¿por qué esa tendencia general a descuidar lo que se come?.
“Para mí no cocino, me hago un bocadillo de lo que tenga”, “con un vaso de leche con cereales tengo suficiente antes de ir a la cama”, “abro una lata de atún con un poco de tomate y listo”, “me hincho a palomitas viendo una peli”, “es mi momento de comer galletas y chocolate ya que nadie me ve”… y un largo etc.
Son frases muy habituales que lo que hacen es quitarle importancia a lo que hay en el plato, buscando con ello evadirse de pensamientos, emociones, sobrecargas mentales o “recompensas” por lo mucho que he trabajado hoy, lo cansado que estoy, o lo que he tenido que soportar… El problema es que nadie nos ha contado antes que este tipo de actitud frente a la comida debilita nuestro organismo, nuestras defensas, y mina nuestra energía. No nos enseñan en la infancia a reconocer los alimentos que cuidan de nuestros órganos, mejoran la calidad de nuestra sangre y nos ayudan a descansar bien, y de adulto no interesa aprenderlo porque “de igual modo funciono y tengo otras cosas más importantes qué hacer”. Cuánto daño podemos llegar a hacernos sin darnos cuenta…
La buena noticia es que no hace falta ser un chef de primera ni pasarse horas entre libros de recetas, para prepararse en menos de 15 minutos un sinfín de platos sencillos y equilibrados. Sólo hay que acordarse del “ingrediente secreto” de cualquier comida, muy importante, muy importante… mimo. Puede sonar cursi, pero es fundamental invertir unos minutos de tranquilidad y atención al preparar un plato de comida. Cocinar para uno es un acto de amor hacia sí mismo.
Cómo empezar a quererse más:
- Comienza tu comida siempre que puedas con una buena sopa o crema de verduras de temporada (especialmente “dulces” como la calabaza, cebolla, zanahoria…).
- Evita comer con bebidas azucaradas, gaseosas o con cafeína.
- Sustituye las harinas refinadas (pan blanco) por cereales completos (arroz, quinoa, mijo, pasta de calidad…) o panes de buena calidad con semillas.
- Busca proteínas de calidad cocinadas de formas sencillas y verduras de hoja verde.
- Evita salsas industriales, condimentos fuertes y exceso de sal cruda.
- Los postres naturales, sin levaduras químicas ni azúcar, mejor déjalos para la merienda, te sentarán mejor.
- Regálate ese momento para ti, para ti de verdad.
Darle importancia a tu plato de comida es dártela a ti mism@.